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Muy ilusionado, José Marfil, a sus 94 años recién cumplidos, se desplazó desde las cercanías de Perpiñan, donde reside, hasta Barcelona para participar en el acto de homenaje y reconocimiento que el pasado día 16 de marzo de 2015 se celebró en el Parlament de Catalunya al haberse aprobado por la mayoría de los grupos parlamentarios una declaración institucional, a instancias de la Amical de Mauthausen, en la que se reconocía explícitamente el sacrificio y la lucha por las libertades del colectivo republicano que, como consecuencia del exilio al que se vieron forzados tras su lucha contra Franco, fueron deportados a los campos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Seguido con muchísima atención por los estudiantes –de diferentes Institutos de Cataluña, que participaron en el acto, José Marfil dio su testimonio sobre su deportación al campo de Mauthausen.
Nació en 1921 en Málaga, su padre pertenecía al cuerpo de carabineros y fue destinado a Barcelona, trasladándose toda la familia al barrio del Pueblo Nuevo cuando José contaba unos 8 años. Allí transcurrió una buena parte de la niñez y la adolescencia de José y de sus hermanos. José acudía diariamente a una escuela ubicada en el paseo de San Juan y, en la visita realizada el pasado mes de marzo de 2015 a su barrio, se emocionaba al ver lo cambiado que estaba y la gran salida al mar de la Rambla donde tantas veces había jugado de niño.
Al estallar la guerra su padre, que pertenecía entonces al cuerpo de Aduanas, fue destinado a Madrid, de donde regresó a Barcelona al conocer las limitaciones y la escasez por la que estaba pasando su familia. Con un nuevo destino en la localidad de Camprodo, desde allí se vieron forzados a emprender el camino del exilio durante los primeros días del mes de febrero de 1936.
José fue internado en el campo de Argelérs, desde donde se evadió varias veces, pero tuvo que regresar al no encontrar una forma segura de subsistir. Decidido a salir, como fuese, de aquella situación se enroló en una Compañía de Trabajadores en la que estuvo encuadrado hasta la invasión del territorio francés por los alemanes en mayo de 1940. En las playas de Dunkerque vio frustradas sus ansias de dirigirse a Gran Bretaña y, junto a muchos otros compañeros, cayó prisionero de los alemanes en los días siguientes.
Fue trasladado a uno de los campos de prisioneros de guerra que los alemanes habían construido desde el inicio de la guerra, al stalag XII D, y allí permaneció hasta que la Gestapo fue a identificar a los republicanos, asegurándoles que les iban a trasladar “a un lugar muy adecuado para ellos”. Efectivamente, a su identificación como “rojos españoles” siguió su deportación a Mauthausen, donde José llegó en el convoy del 25 de enero de 1941 y se le adjudicó la matrícula 3787. Al ser reconocido por antiguos compañeros, éstos le comunicaron las circunstancias de la muerte de su padre el 26 de agosto del año anterior: fue el primer republicano fallecido en el campo y el colectivo de republicanos, siguiendo las órdenes del capitán Juliá Mur, un anarcosindicalista zaragozano, guardaron un minuto de silencio en su honor. Este acontecimiento ha quedado como símbolo de la valentía, de la camaradería y de la solidaridad de los republicanos en Mauthausen.
Pasados tres meses fue trasladado a Gusen donde asistió a la muerte irremediable de muchos compañeros españoles. José tuvo suerte, fue destinado a la carpintería realizando trabajos que eran soportables y, al mismo tiempo, estaba protegido de la climatología extrema de los inviernos austriacos, cuando el termómetro llega a superar los 20 grados bajo cero. Gracias a aquel destino pudo llegar vivo a la liberación del campo en mayo de 1945. Una liberación celebrada con alegría pero con la amargura del recuerdo de quienes hallaron la muerte durante su deportación, como fue el caso de su padre.
A las jornadas de alegría por sentirse libres del yugo del nazismo, siguió la incertidumbre ante un futuro que, para los españoles, parecía no ofrecer solución satisfactoria alguna. Tras su repatriación a Francia, José deambuló durante unas semanas sin saber a dónde dirigirse, fueron alojados provisionalmente en un viejo cuartel y allí pasaban las horas. Cuando fueron conducidos al hotel Lutetia de París, verdadero centro de acogida de quienes regresaban de los campos, empezó a cambiar su situación al recibir ayuda médica, moral y material que le permitió vislumbrar un futuro mejor.
Siguieron años de trabajo, formó una familia y, por recomendación médica, se trasladó al Sur de Francia en busca de un clima más propicio para su salud. Todavía hoy, a pesar de los recuerdos, del largo exilio y de la falta de reconocimiento oficial en España, aún se siente con fuerzas para dar testimonio y de participar en los actos de homenaje programados este año, para celebrar los 70 años de la liberación de Mauthausen. Toda una lección de lucha, coherencia, fortaleza y dignidad.
Video: https://www.youtube.com/watch?v=woBAV8AyR9I